viernes, 28 de marzo de 2008

El teclado: el estándar y el individuo

El teclado de la máquina de escribir, que marcó un hito en la evolución de los interfaces, nos enseña cómo una tecnología patentemente obsoleta ha conseguido imponerse gracias a la fuerza del invidividuo. Los interfaces pueden venir diseñados por la industria, pero su razón final de ser, su real configuración es cosa de los usuarios.

En 1865, Christopher Scholes y su hermano, un profesor de escuela, diseñaron una máquina de escribir, siguiendo un modelo de cosmogonía empresarial: la “filosofía de las piezas intercambiables” en el marco de un entorno laboral en cadena que se extiende también al hogar. Isacc M. Singer ya las había aplicado con enorme éxito en la década de 1860 en su máquina de coser. Se trataba de construir piezas más que máquinas, de manera que éstas últimas no fueran más que un perfecto ensamblaje de diversas partes. La difusión y expansión del uso de este tipo de tecnologías aumentó considerablemente en un corto período de tiempo. Todas las máquinas eran la misma, sus partes eran intercambiables y fácilmente sustituibles sin afectar al resto del conjunto. Y sobre todo, todos los usuarios pasaban a ser el mismo. La máquina no hace distinciones ni prejuzga la habilidad de quien la maneja. El usuario es todos los posibles.

Los Scholes y un equipo de lingüistas analizaron cuáles eran las secuencias de letras más usadas , de manera que su organización en el tablero, con cierta práctica, facilitaba una trascripción veloz y una tipografía impresa que no estaba sujeta a los caprichos de la caligrafía. Sin embargo, pronto se vio que había que solucionar los problemas mecánicos que hacían que las teclas se quedaran pegadas. El resultado fue el teclado qwerty, que es la secuencia de las primeras letras en la hilera superior. Fue patentado en 1873.

El teclado qwerty nació para evitar el atoramiento de las letras, pero al mismo tiempo reducía el rendimiento real del usuario. En los primeros años tras la aparición de la máquina de escribir, las teclas que golpean el papel en el rodillo no eran visibles, por lo que a menudo, cuando se atoraban dos o más teclas, el usuario seguía escribiendo sin saber que estaba repitiendo la misma letra bloqueada. Para ello, Scholes alejó las vocales las unas de las otras, ya que eran éstas las letras más utilizadas, para que fuera más lenta la concatenación de la pulsación. Pero he aquí que 127 años después, cuando ya no tenemos ese problema frente al ordenador, seguimos utilizando el teclado qwerty.

Por tanto, ¿quién reacciona o fija el estándar? ¿es el estándar parte de un sistema ya dado, o por el contrario, la práctica cotidiana y la negociación van definiendo su evolución? En 1904 se convocó una conferencia internacional para fijar el patrón entre diversos modelos de teclado, pero de nada sirvió ya que los profesores de mecanografía se negaron rotundamente a adoptar otro estándar que no fuera el qwerty. La comodidad de lo aprendido en cada uno de los usuarios es la fuerza tractora en el progreso de un medio como el teclado. No se trata de simples factores técnicos que modelan un proceso, sino de que los individuos valoran enormemente la disponibilidad inmediata en un teclado, además de valorar menos las fases de aprendizaje. De esta manera, la influencia del estándar global mismo produce su propio estancamiento: científicos y diseñadores no pueden desarrollar nuevas investigaciones en teclados porque parecen condenadas al fracaso. En 1930, August Dvorak desarrolló un modelo de teclado para la Marina norteamericana, en colaboración con un grupo profesional de mecanógrafas, que facilitaba con creces la velocidad y seguridad del tecleo. No obstante, aunque aún es utilizado en ciertos lugares, jamás se impuso sobre el modelo de Scholes, que se convertirá en estándar.


En 1956, investigadores del Massachussets Institute of Technology empiezan sus experimentos sobre teclados que operan directamente en la arquitectura interna de las computadoras. El usuario ya puede establecer directa relación con el ordenador gracias a órdenes directas tecleadas. En 1973, Don Lancaster logra una conexión directa entre un teclado y un televisor. La información ya se despliega en una tele normal y corriente. Pero a nadie se le ocurrirá proponer un cambio en el modelo del teclado para adecuarlo a los nuevas prácticas de los usuarios informáticos. Las pocas propuestas que logran progresar no parecen aún capaces de influir a gran escala. El teclado qwerty se usa en la actualidad en los 45 países con alfabetos romanos, excepto en 3 casos.

El teclado se ha convertido, gracias al ordenador, en la herramienta más consustancial en el entorno de buena parte de los ciudadanos: es literalmente su proyección en el orden maquinal. No parece que vaya a cambiar en breve. El software vocal no ha cuajado lo suficiente en una cultura aún vinculada a una cierta intimidad en las comunicaciones. Así pues, creado hace siglos, el teclado de Scholes sigue imperando como estándar, aunque sus funciones hayan quedado mermadas a causa de un diseño desfasado. Las características de unidad que conllevan protocolos muy asentados acaban perjudicadas por la comodidad y las dificultades técnicas de un cambio tan enorme. Tampoco olvidemos que el teclado fue pensado y ejecutado en lengua inglesa, que como el Meridiano de Greenwich marca la hora lingüística internacional. La universalización del interfaz del teclado ayudó sobremanera al colonialismo lingüístico de Inglaterra y EEUU, que gracias a la ingente burocracia impresa consiguieron una gran penetración en el tejido cultural de los países colonizados en África y Asia. Que el teclado qwerty no esté seriamente amenazado se debe también en buena parte a que el primer productor de tecnología son los EEUU. Y allí aún se sigue hablando inglés.

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