viernes, 28 de marzo de 2008

Deleuze y las prótesis

Las reflexiones sobre un sujeto que utiliza prótesis ajenas a su organismo como forma de establecer una relación más directa con el mundo ha cautivado -y mucho- las mentes de intelectuales y artistas, cuya vinculación a la realidad se defiende por un afán de des-composición y recreación para así visualizar lo que la lógica mecanicista nos niega. La imagen de un sujeto (que se considera "natural" en la medida que dispone estrictamente de una morfología otorgada de golpe en el nacimiento) provisto de dispositivos simbióticos (interfaces informáticos) o implatandos (prótesis) nos acerca a algunos territorios espectrales, por lo atávicos, en lo que respecta a nuestra certeza o seguridad. La imagen del cyborg aparece en el centro de los discursos porque vivimos una realidad en completo movimiento y eso “se supone” que pone en jaque elementos esenciales de nuestro ser. Hoy, parecemos percibir una realidad borrosa que se compone de infinitos objetos, todos ellos sometidos a una ley caótica de la velocidad y la migración; un objeto en movimiento que comporta una correlación en la forma en que nosotros miramos, percibimos y en la manera en que desarrollamos nuestras estrategias a la hora de captar, definir y describir lo que "se nos pone" delante de los ojos. Por tanto, en realidad, el discurso sobre lo protésico tiene que ver directamente con el ámbito de la representación, pues en el fondo se trata de cómo mostrar lo que está en movimiento. Y es esa, quizás, una de las razones fundamentales para que éste debate se haga especialmente intenso en el ámbito de la expresión visual, de la experimentación artística; ¿cómo conseguir que las cosas se vean? Es más ¿es realmente necesario hacer que las cosas "aparezcan" cuando las cosas ya nunca más se definen por "sí mismas" sino en función de dónde aparecen o desde dónde las vemos aparecer?

Un mundo en vértigo provoca una mirada vertiginosa. El impulso de captar lo que está sujeto a la velocidad conlleva que, como observadores, también nos pongamos en movimiento; que seamos capaces de diseñar unas estrategias que nos permitan jugar "paritariamente" con lo que nos rodea. Me viene a la cabeza, por ejemplo, la película “Depredador”. La visión del alienígena está equipada para detectar el movimiento instantáneamente y su misma naturaleza simbiótica se define por su voluntad de adaptación y supervivencia. Deleuze, de mano de Whitehead, ha tocado estas cuestiones de manera muy sugerente. El habló de objetiles (objetos como proyectiles) y de superjetos, o sujetos preparados y entrenados para hacer frente a la extrema movilidad. Para fijar la imagen de un coche de Fórmula 1 en un circuito de carreras, no nos basta con una simple cámara fotográfica: hemos de ajustarla para que sea capaz de sacar una instantánea del objeto que esté definida y sin los contornos desdibujados. De la misma manera, un miope necesita unas gafas para establecer relaciones fiables con aquello que intuye en su mirada. Necesita "corregir" una desproporción; crea un juego de anamorfosis a la manera barroca. El sujeto, ante una realidad huidiza, debe tomar medidas. Medidas que básicamente afectan a la representación, a la via por la cual unæ define la apariencia de las cosas, a la forma en que unæ se define a sí mismo ante ellas, pues si nosotræs vemos el mundo como una nube fugaz, es de esperar que el mundo también pueda vernos de la misma manera. Así pues, ¿qué voz segura puede existir si, al hablar de apariencias, lo hacemos sabiendo que nosotræs mismæs somos aparentes? Los interfaces se legitimarán como placebos ante esa angustia.

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