viernes, 28 de marzo de 2008

Leibniz: ¿Cómo ver si no hay ventanas?

Decíamos que Leibniz hablaba del cuerpo como una habitación sin ventanas, y que de alguna manera era necesario recrearlas para podernos comunicar.
Si el cuerpo no tiene ventanas, no vemos ni nos ven. El valor de la credibilidad, al tener que representarnos sin que pueda verificarse nuestro libreto, encerrado en las cuatro paredes de nuestra casa sellada, se convierte en el adhesivo que comunica y vincula. Ese espacio simulado para reproducirnos ante el mundo es “como una ventana en la que se vé lo mismo desde los dos lados”. El mundo está en uno, porque en mi ventana veo lo mismo que los de afuera. Un espacio de información y de organización visual. Una organización comunicacional al servicio de la multiplicidad de contextos y relaciones distintas, por tanto una organización ágil para adaptarse y de rápida comprensión desde el exterior. Leibniz viene a decir que considera necesaria la creación de interfaces.
Sin embargo, algunos barrocos decían que “el cuerpo es una necesidad para el ser”, porque es la única estrategia para que los demás sepan dónde estás. Leibniz y otros adaptaron el lenguaje binario digital. El mundo digital son construcciones representacionales, fachadas contratadas para localizar las cosas reales, las cosas que ya no están quietas. El Coyote no podía ver al Correcaminos, por eso se equipaba de toda la tecnología Acme posible. La fachada del lenguaje digital proporciona una sorprendente capacidad para construir estas estrategias; tal capacidad, que nosotros mismos nos hacemos dispositivos estratégicos, siempre listos para estar en el lugar apropiado y captar la mejor imagen. Y para matar de una vez por todas al repulsivo Correcaminos.
En 1960, Ivan Sutherland presentó una tesis doctoral en el área de la inteligencia artificial que demostró una nueva manera de interactuar con los ordenadores, que hasta ese momento no eran más que combinaciones alfanuméricas, interminables tiras de datos en cintas perforadas o dígitos en una pantalla de radar circular. Sutherland pensó que las pantallas y las computadoras digitales podían ofrecer un medio de familiarizarse con conceptos no perceptibles en el mundo físico, “mediante la colocación de una ventana, o cristal de algún tipo” en el maravilloso mundo de las matemáticas de un ordenador. Ocho años más tarde, Sutherland establecería el modelo “definitivo” de casco virtual o HMD (Head Mounted Display) incorporando la informática. Más tarde, la NASA y el Departamento de Defensa norteamericano expandieron estos experimentos como simuladores de vuelo y en entrenamiento para manejar tanques y submarinos.
En otoño de 1968, durante las sesiones del Fall Joint Computer Conference, celebradas en el Civic Auditorium de San Francisco, Doug Engelbart presentó un nuevo modelo de relación con los computadores que a la postre revolucionaría de arriba a abajo el mundo informático. Se trataba en realidad de un nuevo sistema de simulación de vuelo.
Durante la presentación, un sistema de proyección electrónica proporcionaba una imagen de gran definición, veinte veces el tamaño de una persona sobre una gran pantalla. Engelbart se situó sobre una especie de tarima dando la espalda a la pantalla, sentado y con sus manos en una extraña cónsola, llevando en la cabeza un juego de auriculares y micrófonos. En la cónsola, una pantalla pequeña le permitía observar lo mismo que en la grande y un teclado de escritura estaba en el centro. A la izquierda, un juego de cinco teclas numéricas le servía para introducir órdenes y a la derecha había una especie de caja del tamaño de un paquete de cigarrillos, con botones encima y conectado por un cable a la cónsola. Engelbart lo movía sobre la mesa con su mano derecha. Era el “mouse” o ratón.
“Imagina que estás en un nuevo tipo de vehículo con un alcance ilimitado en el tiempo y en el espacio”, ha escrito Howard Rheingold respecto a los experimentos de Engelbart. “En este vehículo hay una ventana mágica que te permite escoger entre una gran variedad de visiones posibles y filtrar rápidamente un vasto campo de posibilidades, desde lo microscópico a lo galáctico, desde una palabra concreta en un libro concreto en una biblioteca determinada hasta el resumen de un entero campo de conocimiento (...) El territorio que ves a través de la ventana aumentada en tu nuevo vehículo no es el paisaje normal de llanos, árboles y océanos, sino un paisaje de información cuyos elementos son palabras, números, gráficos, imágenes, conceptos, párrafos, argumentos, relaciones, fórmulas, diagramas, etc. El efecto marea al principio. En palabras de Engelbart, ‘todos nuestros viejos hábitos sobre organizar la información se han dinamitado por la exposición a un sistema modelado, no sobre lápices e imprentas, sino sobre la forma misma en que la mente humana procesa la información’.”
¿Qué pasa si sólo soy ciego cuando salgo de la habitación? ¿Cómo puede ser que perciba lo que tengo en casa y en cambio no vea un pimiento de lo que hay fuera? La única solución posible sería invitar a los de fuera a entrar en casa para así poder saber cómo son. Pero entonces, asumiendo que a los demás les pasa lo mismo que a mi, cuando salgan de sus casas -si es que han conseguido descubrir la manera de hacerlo, lo que es de amplio dudar- estarán ciegos y no podrán verme. Con lo que en realidad no ganamos nada. ¿Qué tenemos que hacer pues para poder ver nuestros traseros, para olernos el aliento y estar seguros de que no se trata de un ejercicio de imaginación sino que verdaderamente esa otra persona desprende la inevitable fragancia de un ágape con ajos? ¿Habría que entender cuando dice Leibniz que “este es el mejor de los mundos posibles” que lo es porque se puede ver y por lo tanto es posible? ¿Es decir, que existe porque se puede ver? ¿Y qué es lo que se puede ver si no es sólo nuestra propia habitación sin ventanas y poco aireada? ¿O habría que entender que de lo que se trata es que “es el mejor de los mundos posibles” por que no lo podemos ver, eso que está más allá de la pared? ¿Porque lo único que podemos hacer es imaginarlo?
En el Renacimiento, se asumía que las ventanas era transparentes y las paredes oclusivas. Otra asunción fundamental en la perspectiva lineal renacentista era que la ventana era plana. Organizar el mundo de manera que pueda ser comprendido en dos dimensiones es bastante patético. Pero eso no es todo. ¿Por qué demonios tenemos que pensar el mundo de la misma manera que lo vemos, con primeros, segundos y terceros planos? se preguntaba Leibniz (Newton no soportaba a Leibniz cuando se ponía a pensar estas cosas; al fin y al cabo toda esa historia se acababa de cuajo cuando la manzana golpeaba estruendosamente el suelo y todos los planos y estratos posibles se iban a hacer gárgaras).
Pienso en las pocas ventanas que tengo a mi disposición. La cuestión de la disposición lleva normalmente a pensar que alguien lo ha dispuesto así. Pero en cambio yo juraría que están allí porque son los boletos que me han tocado en la tómbola ocular. Creo recordarlos. Pienso en el visor de mi cámara fotográfica, en el visor de mi cámara de video, en el caso de que en algún cumpleaños me hubieran regalado una (siempre me caen plantas que por la ley de la gravedad humana, esto es, el olvido acuático, se tuercen hacia abajo prematuramente); pienso en mi Mac que no pide agua, acostumbrado a las bebidas de más voltaje, pienso en los prismáticos que me dejan ver relativamente, siempre en contínua batalla con mis gafas, y pienso en los puntitos negros que pululan en mi campo de visión con regularidad y tesón.
Las conciencias individuales, en sí mismas, están cerradas unas de otras; sólo pueden comunicarse por medio de signos donde se traducen sus estados interiores, escribió Emile Durkheim.

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