viernes, 28 de marzo de 2008

Leibniz y la habitación sin ventanas

Leibniz abre la concepción moderna del interfaz al sugerir que el cuerpo es como una habitación sin ventanas: una mónada oscura, y que para comunicarse con el exterior, “debería haber una pantalla que recibiera las informaciones: una pantalla no uniforme sino diversificada mediante pliegues que representen temas de conocimiento innato. Esta pantalla o membrana, que está en tensión, tiene elasticidad y fuerza activa, y en verdad actúa (o reacciona) de manera que se adapta tanto a los pliegues pasados como a los nuevos”.

En esa pantalla, una serie de signos deberían codificarse de manera que cualquiera con conocimiento del código pudiera descifrarlos. Si todo y todos somos relativos, puesto que vivimos en una habitación oscura y “suponemos” (dentro la felicidad leibniziana) que los demás están en las mismas condiciones, se hace necesario pensar en un lenguaje universal, un protocolo que Leibniz llamará Characteristica Universalis: un espacio general de comunicación.

"Mediante este lenguaje universal, cualquier información podría grabarse sistemáticamente en símbolos abstractos con los que cualquier problema de razonamiento podría ser articulado y resuelto. Esta escritura universal podría ser entendida por todos, cada uno en su propia lengua, y proporcionaría el medio de comunicar por doquier. Incluyo entre los signos a los vocablos, las letras, las figuras químicas, astronómicas y chinas, los jeroglíficos, las notas musicales, las figuras estenográficas, aritméticas, algebráicas y todas las demás figuras que utilizamos al pensar en lugar de las cosas […]
Y ahora que definitivamente podemos elogiar la máquina como se merece, diremos que será de utilidad para todos aquellos que se vean envueltos en cálculos, los cuales, como es bien sabido, son los amos de los auntos financieros: los administradores de las haciendas de otros, los comerciantes, los agrimensores, los geógrafos, los navegantes, los astrónomos […] Pero si nos limitamos a los usos científicos, gracias a ella podrían corregirse las viejas tablas geométricas y astronómicas y elaborarse otras nuevas, con ayuda de las cuales podríamos medir todo tipo de curvas y figuras […] Convendrá ampliar todo lo posible las principales tablas pitagóricas, las tablas de cuadrados, cubos y demás potencias, y las tablas de combinaciones, variaciones y progresiones de todo tipo […] Seguramente, los astrónomos no tendrán que seguir agotando su paciencia con el cálculo […] ya que no vale la pena que hombres excelsos pierdan horas como si fueran esclavos en la tarea de calcular aquello que se puede relegar de un modo fiable a cualquier otro que utilice la máquina”.

Leibniz presentó en 1675 el lenguaje binario. Todo se podía escribir en ceros y unos. Hasta el infinito. El mundo digital es una construcción representacional, una mapa impecable de localización y seguimiento de las cosas reales, que ya no están quietas, porque en el cálculo de sumas tan enormes (infinitas) el porcentaje de variables que pueden ejercer su influencia en el resultado aumenta proporcionalmente. Esas variables deberían servir, según Leibniz, para sostener las relaciones entre los elementos, ya que los vincula aún estando éstos a velocidades distintas. Se va a la velocidad de la luz y se hace urgente un nuevo orden simbólico que atrape la idea de lo múltiple. Einstein sueña con atrapar una onda de luz. No funcionó. La luz huía de él. Pero se encontró en “el centro de una burbuja de luz concéntrica” , en donde a tiempo normal, y alucinado como un niño, fue capaz de observar la propia velocidad. Un interfaz que cambió la física moderna: un punto de encuentro y de predicción de dimensiones que se consideraban antagónicas.

Leibniz asentó de golpe el Cálculo de límites, que en matemáticas no es otra cosa que hallar las áreas de figuras hechas con líneas curvas y fijar valores diferenciales exactos, como las variaciones de velocidad de un cuerpo en movimiento: esto es, ser exacto, no conformarse con aproximaciones. Las funciones variables debían ser precisas, puesto que en realidad nacían para ser estándar y referente en un nuevo mundo estratégico en el que impera el cálculo: “¡Calculemos! Entonces tendrían que sacar las plumillas y hallarían una solución cuya exactitud todos aceptarían necesariamente.”

Para Leibniz, la Característica Universal era un alfabeto del pensamiento humano, no solamente de las cosas reales: un alfabeto que representara todos los conceptos fundamentales del conocimiento. Se necesitaban caracteres especiales que representaran complejos cálculos lógicos y matemáticos, para a su vez vincularlos a otros grandes grupos. Esos caracteres eran transitivos, eran verbos. Los símbolos alfabéticos, las letras, no tienen ningún significado por sí mismos. En cambio, los nuevos símbolos propuestos, como ¶ (integrar) y d (derivar), venían con definición bajo el brazo, ya que existían para hacer posible la negociación entre conjuntos distintos dentro del cálculo diferencial leibniziano: las derivadas. Introdujo además un nuevo símbolo muy especial, ≈, para representar la combinación de pluralidades de términos un tanto arbitrarios . El nuevo símbolo servía para combinar dos conjuntos de cosas en uno solo que contuviera todos los elementos de cada uno. El signo más nos anima a pensar en una suma ordinaria, pero el círculo que lo rodea nos advierte que no se trata de números que se sumen. El símbolo ≈ los vincula, los relaciona, no los suma.

En velocidad, la gestión científica de la realidad se ha ido definiendo en términos de rapidez a la hora de analizar situaciones siempre cambiantes. La investigación moderna ha valorado por encima de todo la capacidad de ponernos en el lugar de las cosas, emplazándolas en espacios de simulación creados al efecto. Desde la cibernética hasta los medios audiovisuales nacidos en el siglo XX, lo importante es la representación. La membrana en(de) la que se proyecta es el interfaz, la ventana para captar con más definición un mundo borroso y ubícuo. Pero también para marcar unas nuevas fronteras de espacio y tiempo. Leibniz dijo que “el presente es grande en el futuro, el futuro puede ser real en el pasado, la distancia se expresa en lo cercano”.

1 comentario:

Alberto dijo...

¿De qué texto se han extraído estas citas de Leibniz?